A la cuarta o quinta bocanada de fumo empecé a sentir un desgarro en el medio del esternón que casi me deja sin respirar. Era lógico que iba a pasar, por algo yo no quería fumar, pero últimamente hay tantas cosas que no quiero hacer y sin embargo pilota automática las hace por mí...
Del dolor en el pecho subían estertores de angustia hasta la tráquea, el paladar y los labios se me habían contraído. "Un malísimo viaje", pensé, "quiero que se me pase ya". Le dije a los chicos: "che, me siento terrible, tengo una angustia espantosa, me voy a afuera". Y me senté en la amigable oscuridad del patio con luna y con yuyos y con mosquitos y con rocío de la casa de Juan. Cerré los ojos y flui, y pude controlar, desvanecer, relajar la respiración, los músculos pectorales, mi cuello, mi cabeza que comenzó a girar dulcemente sobre mis hombros.
Juan (cada día me sorprende más la actitud comprensiva de Juan) se sentó al lado mío, arrastró un sillón desde el estudio y se desparramó bajo el alero, el resto se había ido a comprar algo para comer, como es obvio.
"Sabés qué pasa Juan... tengo que dejar de construir sobre los otros, pongo demasiadas energías en los otros. Porque después los otros se corren, se cansan, se vuelan, se rajan, desaparecen como por arte de magia, y yo me doy cuenta de que no tengo nada que me pertenezca, que todo fue "ofrendado" a la musa del amor, y de pronto estoy en estado catatónico, no puedo escribir, no puedo hacer fotos, no puedo trabajar, no puedo leer, no puedo pensar. Todo queda contaminado, cada click click me hace perder, cada música me saca de quicio, cada vuelta en la cama me vuelve insomne. Todo se lo llevó el viento, nada me pertenece, todo está arrasado."
Juan sostiene una teoría muy interesante de la independencia como cuestion generacional. Dice que a la mayoría de las personas de nuestra generación tienen debilidades afectivas/ideológicas/políticas/históricas en cuanto a la independencia. Juan dice que fuimos adiestrados para poseer, dejarnos poseer, competir, batallar cuerpo a cuerpo contra el otro, Juan habla de pequeñas guerras cotidianas libradas en cocinas, camas, espacios comunes, la necesidad que tenemos de ganar territorios, avanzando inclusive sobre el cuerpo de los demás. Que yo no ofrendo nada a la musa del amor, que yo gano territorios invisibles, ilusorios y que no se trata de malas intenciones sino de no poder salir de pautas culturales (y naturales?) de ambición del poder. Que yo escribo y fotografío y leo y trabajo y pienso sobre el cuerpo simbólico de los otros, también como una estrategia de dominación.
Juan habla de la actitud soberbia de muchos "independientes", de la falta de nobleza de las personas que dicen lograr cierta independencia afectiva para abusar de los más débiles, que nadie es generoso con los más vulnerables, y que entonces el círculo cierra: las invasiones se siguen sucediendo. Son pocos los indenpendientes, los que construyen verdaderamente para adentro, sin necesidad de espejos, sin necesidad de aplausos. Felizmente Juan dice que los más jóvenes, los más chiquitos, son diferentes, más solidarios, más afectuosos, más espontáneos, menos especuladores, menos carcelarios. Algo así dice Juan, algo así entendí yo despejando los humos y los espejismos.
Minutos antes, sobre la posibilidad de vengar mi muerte, mis mútiples muertes, mis todas yo arrasadas, esfumadas, vacías, escindidas, Juan insistió en que la mejor venganza sobre los asesinos es hacer todo lo posible por llevar una vida feliz. Y sí.
Y después me fui a dormir a un sillón.

Juan y Luqui in the sky with diamonds
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