yendo los saurios

miércoles, 29 de noviembre de 2006

el juego del sapo

(pistas para perder la cara de orto cotidiana)

Subí al colectivo con mis diez moneditas de diez centavos, un peso exacto que sale el pasaje, dispuesta a luchar contra la máquina tragamonedas que no siempre gusta degustar las monedas que traés en las manos, escupiéndotelas una y otra vez a pesar de la cola de gente que te mira furibunda, a pesar de los pujes y empujes del acelerador del chofer colérico...
Pero hoy, sonrisa maravillosa en la cara, estaba decidida a tener paciencia, efectos de la "garompa" fantástica que me vengo administrando en pequeñas dosis (cura de espanto, se le llama) desde hace unos días.

Acierto en la ranura: 1, 2, 3.... no, a la estúpida máquina no le gustan las moneditas que rato atrás había encontrado en bolsillos, cajitas y fondo de mochilas. No le gustan y las devuelve todas juntas por el delgado canal, así que las monedas se amontan y tapan su catártica salida.

"Chofer, no anda esto eh..." El tipo clava los frenos, tira el volantazo hacia la derecha y estaciona el monstruo. "Glup", pienso, trago... Se levanta la mole de camisa celeste de su trono elástico de conductor, se levanta, da un paso, mira la obstrucción, y me mira con odio, pero ese odio disfrazado de pudor, odio contenido de sonrisa mortal, de grandes ojos azules girando en las cuencas orbitales, me hubiera matado si no existieran leyes ni sociedad civilizada. Balbuceo, chiquitita: "Las puse una por una eh...". El conductor, entrenado, desarma una birome y con el canal plástico por donde circula la tinta, hace palanca y saltan monedas al piso, que recojo presurosa y agil. Estira la palma de su manota "Dame..." y deposito en ella todas las contantes y sonantes monedas, que el tipo toma entre sus dedos y comienza a ensartar con chanfles y giros premeditados por la ranura. Algunas entran, otras salen, son más las que salen, vuelve a empezar el chofer su ritmo tragamonedístico, años de entrenamiento en casinos y malas máquinas de colectivo, me imagino... Admirada, le digo "Uh, estás re canchero... en el juego del sapo!" Y no, no le quedó más remedio, al pobre grandulón vs las putas monedas, que desarmar su rostro colorado y sus desorbitados ojos (de sapo!) en una sonrisa luminosa: "El viejo y querido juego del sapo..." me dijo. Clinck, caja. Las monedas hicieron lo suyo, maquinaescupeticket hizo lo suyo y cada cual volvió a su posición estratégica: chofer en chofermando espejeando una sonrisa al pasillo; pasajera, en trance, mirando con su naba sonrisa la ciudad transformada.

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