Visita a Rosaurio
En el preciso momento en el que Sauria me encomendó (me enchufó, más bien) el inmenso honor de ser su “alumno ayudante”, varias cosas pasaron por mi cabeza. Una de ellas fue la pregunta “¿En qué puedo colaborar yo en un blog tan diferente al mío?” La respuesta no se hizo esperar: “…”. El contraataque retrucó rápido como un látigo: “¿Eh? No entendí, por favor profundizá…” De ahí a “Qué se yo, boludo… la mina me lo pidió, y no voy a dejarla a gamba…” un solo paso.
Entonces, viendo que mi autodiálogo no iba a conducir a ninguna conclusión medianamente interesante, me decidí a poner manos a la obra, y analizar un poco el lugar donde mis pobres reflexiones irían a parar, cuestión de que no quedaran tan desubicadas.
Por eso, ya inmerso en el análisis puntual de “Yendo los Saurios”, una de las primeras cosas que vinieron a mi atención fue la que este blog menciona mucho a Rosario y a su dueña. Y como soy un escritor de esos que antes de ponerse a pisar teclas se documentan, decidí viajar a la cuna de la bandera para conocer ese lugar tan maravilloso del que tanto me habían hablado, y por consiguiente, a nuestra anfitriona, la señorita Sauria. Por eso abordé el primer bondi que decía “Rosario” y unas horas después…
El micro se estacionó gentilmente en la terminal de ómnibus rosarina –la estación General Rómulo Isaac Bróccoli- y yo, previo chequeo de no olvidarme mis pertenencias a bordo del transporte, descendí suavemente los peldaños que todavía me separaban del suelo rosarino. Lo primero que me llamó la atención de la ciudad fue la cantidad de luciérnagas que infestaban el paisaje (me gusta mucho usar el verbo “infestar”, ya que suele provocar la observación de quienes creen haber encontrado un motivo para corregirme diciéndome “Se dice infectar, bruto…”, a lo que yo respondo con la autosuficiencia de quien sabe que tiene una carta ganadora en la mano: “No, vos sos el/la que estás equivocado/a… dado que “infestar” es un parónimo de “infectar”, y por ello sus significados no tienen nada que ver, ya que “infectar” significa –según la Real Academia Española-: “Dicho de un ser vivo: Resultar invadido por microorganismos patógenos” mientras que “infestar” significa –también según la máxima autoridad de la lengua castellana: “Dicho de una gran cantidad de personas o de cosas: Llenar un sitio.” Esto, a su vez, suele generar la disculpa infantil del estilo “Claro… es que yo me confundo entre ´sinónimos´, ´parónimos´ y ´antónimos´", cosa que reafirma la vulgaridad del pretencioso corrector ocasional.), aunque imperceptibles para cualquier desprevenido visitante, ya que de día es imposible –por razones obvias- vislumbrar sus bellas lucecillas, y de noche estos insectos migran hacia la ciudad no tan vecina de Coronel Pitiripituá, en el Chaco.
Luego de mi primer observación del paisaje rosarino, tomé la calle 29 de febrero, y caminé unas 5 o 6 cuadras en dirección norte, donde pude encontrar el salón de fiestas “Estación Ardilla”, donde en ese mismo momento se estaba desarrollando el cumpleaños número tres de Yanina Yael Calandretta, y más precisamente la actuación del payaso “Trompazo”, quien se encontraba haciendo su rutina de globología ofreciendo a la cumpleañera un globo con forma de algo bastante parecido al sable corvo del General San Martín, ante el llanto desconsolado de la mocosa homenajeada, quien era retirada por personal de seguridad del lugar, al grito de “Zo quedía Mi pequeño Pony!”.
Luego de este peculiar episodio, tuve la oportunidad de comprobar eso que se dice de que las rosarinas son las más lindas de la argentina (y por ende del mundo), al vislumbrar una horda de señoritas extremadamente agraciadas, que no sólo se destacaban por su belleza sino también por su generosidad, ya que no dudaban en convidar desinteresadamente con un vaso del refrescante “Rosajú sabor Pomelo” a todos y cada uno de los transeúntes, aunque también a aquellos automovilistas que se detuvieran delante del semáforo que engalana la esquina que forma la intersección de las calles Ferreiro y Allen.
Luego de tan grata parada (y no lo digo en el sentido de la excitación sexual que me provocó la contemplación de tan bellas señoritas en catsuits brillantes), miré mi reloj, y caí en la cuenta de que estaba llegando tarde a mi cita pactada con Sauria. Entonces apuré el paso, y tomé la plaza “Dr. Paulino Príncipi” por la diagonal principal, valga la redundancia con el nombre del paseo. Me sequé la transpiración (era un día particularmente caluroso), y levanté la vista: allí me esperaba Sauria, tratando de disimular su leve fastidio con un gesto que denotaba un gran sentido de la hospitalidad: es decir, tenía ganas de cagarme a trompadas y mandarme al hospital. Sus primeras palabras me confirmaron que tan largo viaje había valido la pena: “Escuchame, pedazo de pelotudo… cuando escribas tu primer post en mi blog, no vomites todo de una, y dejá algo pendiente para que se genere algo de suspenso”. Mientras la miraba embelesado por su belleza, pensé: “Es una buena observación.”
Entonces, viendo que mi autodiálogo no iba a conducir a ninguna conclusión medianamente interesante, me decidí a poner manos a la obra, y analizar un poco el lugar donde mis pobres reflexiones irían a parar, cuestión de que no quedaran tan desubicadas.
Por eso, ya inmerso en el análisis puntual de “Yendo los Saurios”, una de las primeras cosas que vinieron a mi atención fue la que este blog menciona mucho a Rosario y a su dueña. Y como soy un escritor de esos que antes de ponerse a pisar teclas se documentan, decidí viajar a la cuna de la bandera para conocer ese lugar tan maravilloso del que tanto me habían hablado, y por consiguiente, a nuestra anfitriona, la señorita Sauria. Por eso abordé el primer bondi que decía “Rosario” y unas horas después…
El micro se estacionó gentilmente en la terminal de ómnibus rosarina –la estación General Rómulo Isaac Bróccoli- y yo, previo chequeo de no olvidarme mis pertenencias a bordo del transporte, descendí suavemente los peldaños que todavía me separaban del suelo rosarino. Lo primero que me llamó la atención de la ciudad fue la cantidad de luciérnagas que infestaban el paisaje (me gusta mucho usar el verbo “infestar”, ya que suele provocar la observación de quienes creen haber encontrado un motivo para corregirme diciéndome “Se dice infectar, bruto…”, a lo que yo respondo con la autosuficiencia de quien sabe que tiene una carta ganadora en la mano: “No, vos sos el/la que estás equivocado/a… dado que “infestar” es un parónimo de “infectar”, y por ello sus significados no tienen nada que ver, ya que “infectar” significa –según la Real Academia Española-: “Dicho de un ser vivo: Resultar invadido por microorganismos patógenos” mientras que “infestar” significa –también según la máxima autoridad de la lengua castellana: “Dicho de una gran cantidad de personas o de cosas: Llenar un sitio.” Esto, a su vez, suele generar la disculpa infantil del estilo “Claro… es que yo me confundo entre ´sinónimos´, ´parónimos´ y ´antónimos´", cosa que reafirma la vulgaridad del pretencioso corrector ocasional.), aunque imperceptibles para cualquier desprevenido visitante, ya que de día es imposible –por razones obvias- vislumbrar sus bellas lucecillas, y de noche estos insectos migran hacia la ciudad no tan vecina de Coronel Pitiripituá, en el Chaco.
Luego de mi primer observación del paisaje rosarino, tomé la calle 29 de febrero, y caminé unas 5 o 6 cuadras en dirección norte, donde pude encontrar el salón de fiestas “Estación Ardilla”, donde en ese mismo momento se estaba desarrollando el cumpleaños número tres de Yanina Yael Calandretta, y más precisamente la actuación del payaso “Trompazo”, quien se encontraba haciendo su rutina de globología ofreciendo a la cumpleañera un globo con forma de algo bastante parecido al sable corvo del General San Martín, ante el llanto desconsolado de la mocosa homenajeada, quien era retirada por personal de seguridad del lugar, al grito de “Zo quedía Mi pequeño Pony!”.
Luego de este peculiar episodio, tuve la oportunidad de comprobar eso que se dice de que las rosarinas son las más lindas de la argentina (y por ende del mundo), al vislumbrar una horda de señoritas extremadamente agraciadas, que no sólo se destacaban por su belleza sino también por su generosidad, ya que no dudaban en convidar desinteresadamente con un vaso del refrescante “Rosajú sabor Pomelo” a todos y cada uno de los transeúntes, aunque también a aquellos automovilistas que se detuvieran delante del semáforo que engalana la esquina que forma la intersección de las calles Ferreiro y Allen.
Luego de tan grata parada (y no lo digo en el sentido de la excitación sexual que me provocó la contemplación de tan bellas señoritas en catsuits brillantes), miré mi reloj, y caí en la cuenta de que estaba llegando tarde a mi cita pactada con Sauria. Entonces apuré el paso, y tomé la plaza “Dr. Paulino Príncipi” por la diagonal principal, valga la redundancia con el nombre del paseo. Me sequé la transpiración (era un día particularmente caluroso), y levanté la vista: allí me esperaba Sauria, tratando de disimular su leve fastidio con un gesto que denotaba un gran sentido de la hospitalidad: es decir, tenía ganas de cagarme a trompadas y mandarme al hospital. Sus primeras palabras me confirmaron que tan largo viaje había valido la pena: “Escuchame, pedazo de pelotudo… cuando escribas tu primer post en mi blog, no vomites todo de una, y dejá algo pendiente para que se genere algo de suspenso”. Mientras la miraba embelesado por su belleza, pensé: “Es una buena observación.”
Etiquetas: Blogudo, conoce a tus ídolos, recomendados, Rosario, verosimilitud
2 Comentarios:
A la/s 12/02/2006 10:19 p. m., sauria es una mutante! dijo...
me mirabas "embalsamado" por mi belleza, Blogu, duro y con el pelaje opaco, los ojos de vidrios y el olor a naftalina! como para no espantarme che!
pero seguí contando, tengo el vago recuerdo de que la historia tiene final feliz!!
A la/s 12/03/2006 10:35 p. m., Anónimo dijo...
ese muchacho nunca estuvo en rosario...pero la pilotea bastante bien.
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal