yendo los saurios

martes, 27 de junio de 2006

29.4 mi vida con un burrero

La cosa se define más o menos así: Homero es un burrero, he de admitirlo. Un tipo que deja el sueldo en las apuestas en el hipódromo. Y que siempre tiene la misma discusión con su mujer (o sea, yo) "que cómo puede ser! que hay que pagar los impuestos! que no tenemos un mango! que la escuela de los chicos! que bla bla bla" griterío que termina, indefectiblemente, en lo mismo "tenés razón, estoy enfermo, debo cambiar..."

Por una semana el tipo hace buena letra, se abstiene de cuanta apuesta se le cruce, pero poco a poco, primero un numerito en la quiniela, después una riña de gallos en el barrio, finalmente el codo apoyado en ventilla, billetera abierta y sangrante frente a la corazonada de que "Estrella Veloz" gana esta vez.

Resulta que un día, cuando los pibes ya son grandecitos, la esposa finalmente se cansa y manda a cambiar la cerradura, mientras el cerrajero trabaja ella acomoda desesperadamente ropas y zapatos en un bolso que será reboleado por el balcón cuando el "burrero" empiece a tocar timbre ante la imposibilidad de abrir la puerta. Y los vecinos y vecinas hablarán en el almacén sobre el escándalo y todos dirán "Y bueno, el tipo era un burrero incurable, ella suficiente lo bancó tantos años, lo que ha sufrido esa mujer..."

O como el tipo que es vago y no le gusta laburar. O como el tipo que es mujeriego y nunca va a cambiar. Así es Homero. Y así sea la historia, probablemente...

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